Yo estoy seguro que el Niño Jesús también se divirtió con los juguetes que improvisara durante su infancia pobre en recursos materiales. Si hubiera nacido en alguna desdeñada aldea de esta inquietante Venezuela de hoy, yo habría podido señalar los juquetes sin precio que, a falta de lo que se compran, inventan los niños campesinos. Con su aro en el extremo de un tallito y el líquido de las hojas de piñón, habría producido con sólo soplar, transparentes y multicolores pompitas. Con unas tablas atadas a un par de palos en cuyos extremos irían circulares frutos de la ceiba, habría ensamblado carritos de último modelo. Con tres varillas, papel para envolver, retazos de trapo viejos e hilo hurtado en alguna parte, habría hecho papagayos para volarlos con el auxilio de dos comlices simpáticos: la brisa y el viento.
A los niños le gusta jugar a ser lo que son sus padres, aunque tampoco lo digan los evangelios, el Niño Jesús debió jugar a ser carpintero. Debemos respetar la fe que los niños de casas, cristianas o no, depositan en él. Es un pequeño anfitrión que entra y sale de nuestros hogares sin causar molestias, y cuando se le vacía la bolsa de los regalos tangibles, siempre se queda uno que no sé si es el mejor de todos: la esperanza. Los niños se llenan con ella y la sienten realizada aunque, el juguete que encuentre en sus zapatos sea un carrito mínimo, de esos que valen unos pocos céntimos.
Yo me pregunto qué es más importante para la verdda de nuestros niños: ¿la ficción capaz de entretenerlos en su mundo o la realidad que a nosotros nos angustia? Recuerdo ahora el cuento del muchacito abandonado, que al despertar del día de Navidad halló en sus zapatoz una muestra de estiércol, que algún malvado le depositara en el mismo. Cuando sus compañeros orgullosos de los donativos que les diera el Niño Dios, le preguntaban:
¿Y a tí qué te trajo?
Orgulloso, también le respondía:
- Me trajo un caballito, pero se fue volando, volando, volando.
Era un niño poeta de los aludidos por Miguel Otero Silva. Tenía dentro de sí la escaza riqueza del sueño en cuyas juridiscciones es probable a veces la felicidad. ¡Cuántos seres bienamados hay que no tienen nada que dar, salvo una sonrisa genuina con la cual nos encienden todas las luces del corazón!. Yo sé que la humanidad llegará un día al inasible horizonte azul que nos cautiva en tardes de sol risueño. Entonces, se habrá extinguido las fronteras y aparte de las guerras en juego, todas habrrán desaparedido. Será así, porque en esas tardes de sol risueño los hombres habr´ñan madurado suficientemente para comprender que la única gente capaz de gobernar con sensatez y con amor, con ternura y desinterés, son los niños. Y ellos tendrán las riendas de la única nación que habrá en el planeta.


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