jueves, noviembre 12, 2009

Donde quiera que un hombre resida tiene deberes con la humanidad y debe cumplirlos sirviendo a la comunidad que le da aliento y abrigo.

Los monos pertenecen a treinta géneros y a ciento veintisiete especies. El hombre pertenece a un solo género y a una misma especie. De ello se infiere que en sus orígenes, este primate vivió en comunidades muy vecinas que se propagaron geográficamente, sin cambiar sus hábitos más importantes. Por ejemplo, los rubios caucásicos, los negros africanos, los chinos amarillos y los indios pieles rojas, nunca han dejado de comer de todo y siempre fueron vegetarianos y carnívoros. Si bien podríamos advertir en estas razas diferencias sicológicas, son iguales sus sentimientos y sus emociones; y hoy podemos decir que la humanidad es una sola y que las fronteras son reminiscencias de un pasado agonizante que algún día superaremos.

Por lo tanto cada hombre, venga de donde viniere y sea del color que fuere, tiene un inevitable compromiso de solidaridad fraternal con sus congéneres, sean ellos quienes fueren, en la parte de la tierra que le sirva de morada. Este compromiso es impuesto por una razón ética y quien lo elude está faltando a la naturaleza de la estirpe humana. Si bien el hombre arrastra en su cola el egoísmo, éste no es una condición congénita. Es un vicio brutal del pensamiento del cual, para su buena suerte, están despojados los irracionales. ¡A Dios gracias¡ exclamarían ellos si pudieran enterarse de estos comentarios. El ser humano es esencialmente social. El civilizado Robinson Crusoe prefirió relacionarse con caníbales a soportar la soledad de la isla donde fuere abandonado.


ROBINSON CRUSOE, simboliza al hombre civilizado cuyo aprendizaje y cuyos conocimientos son inútiles para contrarrestar la soledad, pues el ser humano está habituado al rebaño y no sabe vivir sin él.

No sabemos vivir sin los demás y ello nos crea un deber de reciprocidad. De lo contrario actuaríamos con un aborrecible individualismo por el cual lo exigimos todo y no devolvemos nada. Aparte de esta elemental norma de equidad está la honda gratificación que experimentamos cuando algo nuestro se proyecta a favor del prójimo. Hay ocasiones en que el mejor modo de calmar la angustia propia es ayudando a calmar la ajena. Y cuando tenemos la suerte de que nuestro cuerpo sea recorrido por la cálida sensación de la dicha, es mayor nuestra deuda con la vida y con quienes están urgidos de un esfuerzo bienaventurado o de una sonrisa cierta.

Solemos quejarnos de la maldad, no tanto por su abundancia como por su notoriedad. Reaccionamos ante ella igual que ante un lobo que insurgiera en un rebaño de pacíficos corderos. A pesar de que los corderos son numerosos y por eso mismo, nunca ponderamos la gracia de su mansedumbre y de su compañía; basta que el lobo aparezca para que le comuniquemos la infeliz nueva a los pastores y aterroricemos a los aldeanos de una tranquila comarca. Es bueno para el reposo de la conciencia recordar que somos amados por la humanidad. Y así como ella se hace representar ante cada quien por el padre, la madre, la mujer amada, los amigos queridos, justo es que le paguemos con la misma moneda, es decir, entregando amor a los que están cerca de nosotros y a los que están lejos también, pues todos forman parte del grupo que nos hace viable el vivir.

Será siempre sospechoso el saldo de los que hacen de su familia un clan y de su casa una fortaleza, para atesorar el mayor número de bienes y defenderlos contra el resto del mundo. Cada familia debe proveerse de cuanto requiere y de prevenir contra las emergencias. Esto no implica de que al mismo tiempo debe aislarse de la sociedad a cuyas expensas existe. La familia es el primer núcleo de la sociedad y por lo tanto está llamada a servirle. De lo contrario incurre en una deserción penada por la moral y la convivencia.

Si algún día la explosión demográfica nos impeliera a mudarnos de la Tierra a otros planetas, a donde fuéramos nos acompañaría el alto imperativo de prestar con diligencia y desinterés, nuestras aptitudes materiales y nuestros dones emocionales a la comunidad que nos acogiera y nos abrigara en su regazo. Digo esto porque estoy absolutamente persuadido de que el hombre en todas partes donde esté, debe cooperar incondicionalmente con su gran familia, constituida por todos los que componen nuestra prolífica especie. Se adapta muy bien a esta idea aquel hermoso lema acuñado por ese hombre bueno que fuera Alejandro Hernández, el fundador de Pro-Venezuela: “No importa dónde se nace, lo que importa es dónde se trabaja”. Así alentaba a los inmigrantes a que quisieran a nuestra patria como a la propia de ellos y nos ayudaran a redimirla de la penuria y de la indolencia.

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