martes, febrero 25, 2020

Mis cisnes no son blancos: Los coloreo con el azul del ensueño que descubrí en unas avecillas raudas que poblaron mi infancia.

La depresión  es un estado de animo que nos aleja de la vida y nos acerca a la muerte. Es a fuerza del verdadero valor, como podemos vencerla y continuar en este mundo. Sam, el cisne enamorado, no lo comprendió así, y al ver partir a su compañera, se fue tras ella, como en las melancólicas novelas del siglo pasado. Debemos disculpar a Sam. Había perdido a su único bien. No tuvo la suerte del hombre, que en sus bocamangas de jugador, puede guardarla carta triunfal de la esperanza. Porque jamás lo pierde todo y siempre le queda algo que hace falta a sus semejantes. Nadie es tan pobre, que carezca de una sonrisa quizás triste, pero inflamada de solidaridad, para calmar un pesar ajeno, acaso más hondo que el propio. 

Los cisnes ingresaron en los bosquecillos de la fábula apenas los viera un hombre primitivo que tenía alma de poeta. Todos recordamos el " Patito Feo", de ese nórdico lleno de calor que fuera Hans Christian Andersen. Es la historia afable y cruel, de un patito hostilizado por los suyos, obligado a escapar, sin rumbo fijo. Los riesgos y contrariedades, en medio de los cuales creció, ni le quebrantaron su fe en la vida ni alteraron su apariencia. Después de mil padecimientos, desembocan  en un lago azul, donde nadaban apaciblemente unos seres blancos de largos cuellos y de hermosura sin par.Uno de aquellos seres lo miró con simpatía. La coqueteria de su mirada no dejaba dudas acerca de su sexo. El " Patito Feo", lleno de humildad, aceptó la invitación de ella. Y al entrar en el agua tranquila y verse reflejado en la misma, se dio cuenta de que él, también, era un cisne. 

No sé si Sam leyó  el cuento, tan real como su propia historia, porque se repite todos los días entre los hombres, aunque no con el mismo y feliz desenlace. Lamentablemente, muchos patitos se van sin dare cuenta de que son cisnes. Después que uno ha vivido, se cerciora de que las culminaciones nobles son propias de los mas afortunados. Bueno es advertir que estos afortunados casi no existen entre las gentes a quienes se les apagan los bríos hidalgos en los momentos expectantes que solemos afrontar los que vivimos en función humana. 

Los cisnes no se cansan ante ningún registro civil, pero en sus uniones y felicidad reciproca suelen dura toda una vida. En sus especies, esta característica que tanto nos cuesta imitar responde, además, a sus compromisos con la comunidad. Es su manera de tributarle la descendencia que la perpetuará.  En la especie humana, el compromiso de formar un hogar, es muy importante también, pero el hombre debe atender otras demandas de su colectividad, si quiere erguirse como tal. Ha de ofrecer hijos, trabajo, educación, solidaridad, participación activa, en el avance humano, con los máximos dones de sus brazos y de su inteligencia. Esa multiplicidad de compromisos es, paradójicamente, los que nos salvaría del único camino que le quedó a San cuando se le acabó su bien amada. Porque en nuestros restantes compromisos damos y recibimos otros tipo de amor que, igualmente, hacen llevadera la existencia. Hay amor al prójimo en la lucha por enaltecerlo, por vestirlo, por alimentarlo o por darle un techo. Ese prójimo no es el vecino solamente. Es el solitario individuo que llevamos con nosotros, es el lobo estepario del cual nos hablara Hernann Hesse.  

No diré nunca que la comunidad de los cisnes es mejor que la de los humanos, pero estoy seguro eso sí de aquellos. 

Durante millones de años emplearon el tiempo en mejorar sus diseños, no para complacernos, sino con el propósito de cumplir un rol edificante en la cadena de la vida.

Abundan los cisnes como Sam y los patitos feos en el género donde estoy ubicado. A veces me aprovecho de mi ceguera, para atribuirle el azul de ensueño con que coloreaba a los inocentes avecillas de mi infancia. Los ornitólogos  saben que respecto que respeto sobre los descubrimientos que  han hecho sobre la vida íntima de estos pájaros grandiosos. No les he podido perdonar aún , que desbarataran la antigua leyenda de que los cisnes, cuando se sentían morir, entonaban un canto de hondas y emocionadas melodías. Cuando algún niño me pregunta si esta creencia es cierta, le respondo, evasivamente, que nadie me ha probado lo contrario.    
  

Otros blogs dedicados a Arístides Bastidas: