viernes, enero 01, 2010

Mi mayor gratitud será la del labriego contento de continuar el cultivo de su pequeño huerto.

Caracas, 15 de Junio de 1975

Queridos Amigos:

Me seria imposible contesta, uno por uno, los innumerables mensajes de afectuosa solidaridad que me han enviado con motivo de los recientes incentivos de que he sido objeto, entre los cuales sobresale el del Profesor Honoris Causa de la Universidad Central de Venezuela. Utilizo por esta vía para contestarles. Comprendo que esta desprovista de calor que hay en la correspondencia personal. Puedo asegurarles, en cambio, que estas palabras son portadoras de la autenticidad con que siempre he procurado caracterizar mis modestos trabajos.

No soy otra cosa, y así lo dije el viernes pasado en el Rectorado de la UCV, que un labriego contento de cultivar su huerto con la mayor dedicación. Y si algún merito tengo, que reside en la terquedad con la que hago la siembra y no en la abundancia de los frutos que cosecho. Creo que los honores y los reconocimientos son útiles en la lucha por alcanzar ciertas metas laudables. Pero no siempre los honores y los reconocimientos bastan para hacernos mejores. Lo que si nos confiere un alto e inobjetable valor, es la perseverancia en la causa justa por la cual combatimos. Estoy convencido de que el que busca exclusivamente el éxito, o se deja avasallar por el cuando lo consigue, o renuncia a la obra emprendida cuando no lo encuentra a tiempo, el que mantiene su fe erguida frente a su horizonte sin tambalear ante la incomprensión humana ante la irresponsabilidad de los gobiernos, aunque jamás reciba un lauro, habrá conquistado la mas grande de todas las satisfacciones, que es la de estar en paz en su conciencia y seguro de su voluntas. Este es el caso de Alberto Jacir, cuya humanitaria acción contra los accidentes de transito durante largos años, no le ha deparado aun ni un solo estimulo. Y sin embargo, nadie es más feliz que el cuando prosigue sus prédicas en un desierto sin ecos.

Otros parecidos titanes en diferentes áreas de la responsabilidad con el prójimo, son victimas de la misma indiferencia. Mi caso es excepcional, lo se. Y no obstante, estoy como embajador que consigue muchas condecoraciones para sí y pocos bienes para la comunidad que representa, pues todavía en periodismo científico, que es el leitmotiv de mis inquietudes a favor del pueblo, continúa en la orfandad. Debo hacer la salvedad, y no por las razones del pulpero que alaba su queso, que en El Nacional esta rama de la información ha encontrado hace años una acogida creciente.

Dije en la UCV, que la principal significación del rango que de me concedía, estaba en que sirve para ennoblecer oficialmente la tarea de nosotros, los reporteros. Hablo, desde luego, de un reporterismo consciente, que cumple con una misión de gran contenido social, al transmitir informaciones genuinas, constructivamente interpretadas, vivaces y llenas de buena intención, al seno de su colectividad.

En este sentido, los reporteros escribimos, minuto a minuto, la historia de los tiempos nuevos. Creo que hacemos un gran trabajo, tan bueno como el de los mejores pedagogos, cuando nos equipamos convenientemente y atendemos las normas de nuestro código ético. Poco debe importarnos la clasificación de oficio manual o de oficio intelectual que se le de a nuestra labor. Esa es una preocupación tonta.


A veces pienso que estas manifestaciones de fraternidad que tanto bien me hacen, son determinadas por el júbilo y la perplejidad que mis amigos sienten cuando me ven flotar serenamente. No se dan cuenta mis amigos que lejos de ser un naufrago, navego sin riesgos con las velas desplegadas por la brisa del aliento que ellos me dan constantemente. A todos los que me han remitido sus cartas, telegramas amistosos y a los que no me han escrito, pero se han entusiasmado también en mis momentos especiales, les manifiesto, a título de gratitud, la promesa de que continuaré, mientras la sangre fluya por mis venas, llevando esta existencia mas dentro del ensueño que de la realidad, al servicio de la dignidad de todos y haciéndole el honor al gentilicio humano, tan ensombrecido por los que intentan proscribir la palabra amor en el léxico de los poetas sin versos, como yo.

A veces somos como el girasol, que no se harta nunca de la luz y anda en pos de ella desde que llega hasta que se va.


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