viernes, enero 01, 2010

La vida del hombre cierto es un continuo y creador desquite ante el asedio de las adversidades.

A veces la tristeza ronda en torno de nosotros como un animal rapaz en torno de una liebre blanca. Donde quiera que se posen nuestros ojos, vemos la misma sombra espectral en acecho. Son esas épocas en que la ternura y la alegría parecieran haberse espantado de este mundo. Cuando somos capaces de sobrevivir, quizás nos esperen los matices tornasolados de algún nuevo horizonte. Si así sucede, la vida sonreirá complacida de que hayamos superado la prueba, porque de ese modo demuestra, precisamente en estas emergencias donde nos falta todo menos el anhelo de vivir.


Yo, como Tonio Coger, el admirable esteta enfundado en una desmirriada presencia, envidio a esos seres dionisíacos para quienes aun las alternativas más desesperantes fueron una emocionante partida de ajedrez que al fin ganaron.



En cambio, abundan seres prometeicos cuyos halagadores sueños fueron arruinados por fantasmales pesadillas. Ese albacea de la angustia que fue don Miguel de Unamuno, nos legó un mensaje tan realista como terrible en su Sentimiento Trágico de la Vida. Y aun don Antonio Machado, con su escepticismo creador nos legó versos en los cuales, a pesar de todo, hay confianza en las cosas buenas del hombre. Y Omar Khayyam, que inútilmente tiroteaba e esplendor del vino, nos dejó una muestra de cuerdo pesimismo, al decir:


No le pidas nada

A la bóveda azul del firmamento,

Ella también anda en lo mismo.

En la obra de estos pensadores encontramos reiterada la orientación de que las fuerzas con las que cumpliremos nuestro ciclo vital, están dentro de nosotros mismos y no debemos pedírselas a nadie. La solidaridad humana se pierde cuando es tributada a los débiles de espíritu, y no siempre a los que nos darían el amor que haría más soportables nuestras adversidades. En consecuencia, el hombre cierto como la moral, se alimenta de sí mismo. El dolor no es sino el “test” que nos hace la naturaleza para ver si somos dignos de la existencia, que ella nos ha dado.

En la niñez, todas las cosas tienen un color azul. En la adolescencia, presentan un aspecto turbulento. En la juventud, etapa de la falsa suficiencia, todo es color rosado. Y en la madurez, cuando más entrenada experiencia, las franjas del arco iris nos dan la espalda y solo nos dejan el gris terroso e indiferente del cielo. Pero aun así, menester es reconocerlo, respiraremos gratuitamente el aire, y podremos mirar el verde acariciante de los árboles en alguna apartada montaña. No nos faltara la sonrisa amiga de algún niño olvidado, ni el sencillo aroma de ciertas campanuelas navideñas. Y así, aunque retornen una y otra vez los plomizos hados de la melancolía, podremos detenerlos con el recuerdo de los fugaces momentos de un ayer lejano y, ¿Por qué no?, de un futuro igualmente lejano.

La envidia es un pecado capital que yo aceptaría como virtud si bastara tenérsela a los Apolos para ser como ellos. Pero no sirve. Ellos son excepcionales por eso, porque tuvieron la suerte que le es negada a casi todos. Más al nacer, recibimos una porción de la luz celeste para iluminar el sendero donde deberemos estampar nuestra huella en el cumplimiento de la misión que nos ha sido señalada. O atendemos ese designio o nos inmovilizamos al comienzo del camino, que es como si muriésemos en vida. La decisión de echar hacia delante es propia de los más valientes. Entre ellos, paradójicamente, suelen hallarse los que han disfrutado menos las transitorias y sabrosas holganzas de la vida, los que nos conocieron mas amor que el que siente un cristiano por sus semejantes. Es necia la infartante tradición de que los hombres no lloran. Admitirla seria igual a la de que los hombres no ríen. Ambas prerrogativas les fueron concedidas con exclusividad a los humanos, para que soltaran con el llanto los diques de sus sufrimientos morales, o para que dieran rienda suelta con el semblante alegre, a las emociones represadas en las horas dichosas. Una vez escribí que lo bueno de las lágrimas es que despejan los caminos del júbilo. Y es por eso que he podido permanecer entero y útil, en un activo desquite frente a las contrariedades que parecieran no darse por vencidas.


No hay comentarios.:

Otros blogs dedicados a Arístides Bastidas: