sábado, octubre 31, 2009

El amor parece reservado a los que tienen la fuerza necesaria para esperarlo, padecerlo y disfrutarlo

Soló inspirado en un profundo amor al hombre, pudo BEETHOVEN concebir los dulces acordes de la Pastoral o los profundos acentos de la Novena Sinfonía.


Cuando han pasado las sombras podemos palpar la blanda materia de la aurora y soñar que los luceros abandonaron sus residencias celestiales para morar humildemente en el vecino titilar de los cocuyos.

Entonces, hay en nuestras almas, campañas inasibles que tocan a rebato y nos sentimos cabalgando en los mansos lomos de arcos iris imposibles.

Nos sentimos dueños de la luz y nuestro pensamientos vuelan como blancas palomas escapadas de sus cárceles metálicas, por las rutas sin fin del horizonte. Sabemos, luego, por esas inquietantes alternativas entre las euforia y la tristeza, entre el dolor y la exaltación, que somos posesos de un demonio o de un dios. El amor ha llegado.

La vida es a veces una jugadora que nos hace trampas increíbles, nos coloca al borde de abismos inexistentes, para probar si somos dignos de llevarla y si somos capaces de enaltecerla. Cuando le respondemos airosamente franqueando las alcabalas de la adversidad, dando cara a la tormenta y mirando de frente a los relámpagos, la vida nos hace un guiño picaresco y nos depara la mejor de las fortunas que bien puede ser la de las manos acariciantes, la miradaza solidaria y la sonrisa, acaso nostálgica, del ser amado que nos aguardaba a la vera del camino, un poco más allá de donde padeciéramos el aguijón implacable de una angustia que parecía perpetua. Es en estos instantes cuando advertimos la justificación de aquella frase que pronunciara Juan Cristóbal en medio de un mar de agonías: “¡Que bueno es sufrir cuando se es fuerte!”.

No hay caminos sin calamidades y éstas no cesan cuando tenemos la ventura de encontrar la compañía que extinguirá la absorbente soledad del mismo esfuerzo por conquistar una meta o por alcanzar una esperanza.

No es que el sufrimiento cuando se comparte, calle los lánguidos sones de su música oscura. Mas, cuando alguien nos sostiene con la fe que le inspiramos y el amor que nos prodiga, podemos resistirlo y dominarlo, mientras damos mayor temple a nuestro espíritu y más fecundidad a la obra proyectada. Esto explica porqué el héroe de Rolland exclamaba con genuino entusiasmo: “Sufro, luego existo”.

La alegría es un acto solemne, durante el cual se movilizan las secretas potencias que hay incluso en el corazón de los débiles. La transitoria frivolidad es algo así como júbilo al detal. La alegría, en cambio, está en las grandes realizaciones de la naturaleza y de su principal criatura, el hombre. Nada nos alboroza tanto como un concierto de pájaros enamorados, en el bosque por donde se filtran los encendidos rayos de luz matutina. Cómo palpita el corazón de gozo cuando miramos la liebre que huye danzando sobre el césped a la búsqueda de su refugio en alguna parcela cultivada por un labriego madrugador, o por el buen Dios. Pero ese noble espectáculo es la suma de ignotas y violentas luchas libradas en el seno de la naturaleza. Fue menester que unos seres murieran para que otros alcanzaran una vida de mejor calidad. En ese esplendor de un enriquecido paisaje no advertimos ni el más ligero vestigio de los dramas ocurridos durante su creación. Es la historia quien nos informa de las pasiones inauditas que movieron a Tchaikovski a escribir ese inmortal himno a la nostalgia que es la Sinfonía Patética, o la Pastoral, estaba conmovido por la sordera que le negaba el acceso a los sonidos, que es como quitarle a la tarde los rosados resplandores con que nos dice adiós.

En resumen: el amor no es una liberación. Es, por el contrario, la ratificación del compromiso ético que siempre tenemos con la vida, de mantenerla en alto como la bandera de una fortaleza flameando vigorosamente, mientras sus defensores caen en la lucha por sostenerla.

Sólo que el amor nos comunica fuerza que nos hará más recios en la batalla y más felices en la victoria. Las sombras no se desvanecen nunca del todo y los que aceptan su reto y las cruzan, aunque queden malheridos, encontrarán a la larga la imponderable recompensa del amor, un bien más valioso que todos los tesoros de la tierra, que pareciera reservado a los que tienen la fuerza de afrontar los sufrimientos que causa y de disfrutar la vida intensa que sólo él proporciona.

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