domingo, septiembre 06, 2009

Una lección de higiene mental: Si la luz rompe la oscuridad, Qué esperas para usar el gratuito resplandor de los luceros?


Decía Antoine Saint-Exupery, el tierno y realista autor del El Principito, que él como aviador estaba convencido de que más allá de los nubarrones, nos espera siempre un horizonte alegre. Mas, para disfrutarlo es necesario emplear todas las fuerzas de la voluntad y del espíritu. Hay quienes sucumben en el trayecto. Pero los que hemos sobrevivido, porque nuestra fe en la vida es más recia que el peso de las adversidades, hemos visto ese cielo prometedor en la sonrisa solidaria de los seres que nos aman o en la de las gentes buenas y hermosas que, por fin, nos abren su corazón. No es necesario transitar el bosque acompañados de ellos, para que los sintamos nuestros en la mirada despierta de las gacelas o en la furtiva huida de los conejos. Yo, que en mis momentos lóbregos no encuentro refugio en la ciencia amena, invoco al poeta novato que hay en mí, y escribo: “Lo bueno de mis noches tormentosas es que lucen mejor mis relámpagos azules. Cuando la serenidad vuelve a mí, intento retozar con las imágenes y digo: si quieres desposarte con la brisa, tienes que hablar con su padre, el ventarrón”.

En ello hay una verdad traviesa. Si quieres la felicidad tienes que luchar por ella, contra las feas vallas que la interfieren. Alguien, que haya tenido la paciencia de leerme hasta aquí, se preguntará si estas líricas reflexiones son específicas de mi campo profesional. En efecto, la meditación en voz alta y la poesía, son poderosos agentes de la higiene mental y sirven para zafarnos del aturdimiento y de las horas negras que hay en toda existencia responsable.


Tonio Kröger es un olvidado personaje de Thomas Mann que no cesó de admirar o compadecer, porque estaba lleno de emociones y de pensamientos con los cuales se hizo un escritor famoso. Pero ello no le bastó para ocultar su precario físico, e Ingrid, la nórdica de ojos verdes, a quien amaba, siguió prendada de Hermann el sonriente y rubicundo atleta. Tonio Kröger envidiaba sus músculos y se quejaba de la injusticia que con él había cometido la naturaleza. Y sin embargo, pocos estaban en enterados de la nostalgia de Tonio, pues la escondió tras el destello de su palabra llena de ensueños y de su rostro de muchacho fuerte-débil pero afable. Yo le habría recomendado una fórmula que he adoptado, al estilo de Omar Khayyam: “Si la luz rompe la oscuridad, ¿qué esperas entonces, para usar el gratuito resplandor de los luceros?”.

Alguien, mi vecino de mesa donde también se escancia un vino de campiña francesa, me ha hecho recordado a Tonio. Le recita versos tiernos a la vivaz y jubilosa muchacha con quien anda. No se trata de que ella le corresponda, no. El intenta comunicarle lo que siente; ella le habla sobre el esbelto joven con quien saltaba por el parte como en los días de su infancia reciente. El recuerdo es él. Tonto, me digo, reaparece ciertamente en la aceptación del papel secundario que desempeña mi vecino. Pero, latino al fin, se encabrita contra la tristeza y habla de un negocio para el cual requiere una socia, en su bazar de ilusiones, donde los buenos recibirán antídotos contra la desdicha cada vez que lo necesiten. Además podrían, en una agencia de viajes encantados, fletar nubes y alfombras mágicas para hacer turismo en las estrellas más azules.

Los sicólogos, los siquiatras y otros exploradores del alma, están conscientes que las personas con sensibilidad tienen en ella un bálsamo contra los hematomas sentimentales. Las notas del Nocturno Nº 3 del arrebatado lírico Franz Liszt; los versos de Antonio Machado que, como yo mismo dijera, era dueño de muchos secretos contra el abatimiento; la simple puesta del Sol en una aldea pobre, puede ser el tranquilizante más efectivo y natural en los momentos de desolación. A veces la resignación matizada ¿por qué no? De algún signo alentador –la simple compañía de ella en el caso aludido--, ayuda a sortear airosamente las crisis íntimas del vivir. El sexo, que tan importante parece ser en otras circunstancias, no sirve de nada en estas oportunidades. Una amiga mía me decía que el prestigio del sexo se debía, en especial, no a los auxilios que le presta el amor sino a que es el único medio que tiene la previsiva y cauta naturaleza para perpetuar la especie.

No lo creo así. Este componente puede ser decisivo en los casos de parejas donde los demás problemas están resueltos. Pero los despechados jamás consiguen en él un aliado contra la tristeza de haber perdido al ser que aman. Debieran saber que un paliativo contra su dolencia puede consistir en celebrar como propia la felicidad de los amigos. Si se les quiere, esto no es difícil. Cuando la vida nos obliga a deponer lo que nos dio, deberiamos recordarnos de Andrés Eloy Blanco: "La renuncia es el viaje de regreso del sueño", y también al marino aquel: La claridad suekle propsperar, despues que pasan las tormentas"

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