viernes, octubre 19, 2007

El sucio asunto del vivo que engaña a una niña campesinita con el cuento de que la hará modelo: Tragedia cotidiana de la urbe.

El sadismo y la satiriasis, característicos de hombres que violan y seducen a niñas menores, son delitos abominables, que en los países avanzados son castigados implacablemente. Con ese fin, los sospechosos, que suelen borrar las huellas de su perversidad, son condenados por los indicios, entre los cuales la declaración de la agraviada es el más importante.

En nuestro país las previsiones del Código Penal en este sentido son blandas y dejan a trasgresores tan aborrecibles la ocasión de quedar impunes, amparados en un escudo benigno, el de la llamada verdad procesal. Siempre he creído que la conciencia de los jueces, la convicción que se desprenda de los hechos que examinan, debe estar por encima de la letra muerta, que a veces resucita para proclamar la inocencia de un culpable.



Durante más de veinte años he insistido, como el sapo que le da cabezazos a la pared, en que la niñez es sagrada, que es la fuente de la sociedad futura y que debe ser objeto de un tratamiento excepcional, desde el punto de vista social, económico y jurídico. Pero hoy como ayer seguimos presenciando el desdichado espectáculo de muchachitas ultrajadas y grávida, aun en la edad de las muñecas, por individuos adultos enorgullecidos por la doble hazaña de haber desflorado a una menor y de haber burlado la justicia, porque no hubo testigos y la declaración de la infeliz no vale nada. La cobardía de estos sujetos se mide por el hecho de que nunca ejecutan su despreciable vicio en chiquillas que tengan padres o hermanos que pudieran exigirles una rendición de cuentas.

En sectores de la clase media y de la denominada clase alta, los futuros cónyuges son más o menos tolerantes con las experiencias sexuales previas de sus prometidas. En los estamentos proletarios, la virginidad es un salvoconducto para el matrimonio. De igual manera, el perderla temprano predispone a la chiquilla, si tiene la mala suerte de ser atractiva, a ingresar al negocio de la trata de blancas. En el mejor de los casos, le aguarda un porvenir con varios hijos a cuestas, de padres distintos. Y así, el seductor y el violador, el criminal inmune a las leyes, inicia la cadena de engaños de que será objeto la campesinita recién llegada a la ciudad o la obrerita de las clases marginales.

En Venezuela hay un equipo de especialistas en menores, muy capaces, y encendidos por la mística, de ampararlos y defenderlos de las asechanzas de la calle. La Fiscalía del Ministerio Público, en manos de un hombre tan docto y honrado como es el Doctor José Ramón Medina, aplica al máximum los fueros legales a su alcance. Pero los especialistas en menores y a los representantes de la vindicta pública les pasa lo mismo que a un experto de computadora trabajando con un ábaco. Es decir, que un compendio de altas aptitudes debe operar con un instrumento rudimentario y primitivo, que es, en este caso, el Código Penal.

Yo pude comprender, aunque no justificar, al pobre diablo inculto que, despreciando todas las barreras éticas, deja que sus instintos se ensañen sobre una pequeña indefensa. Lo que no puedo comprender, y condeno resueltamente, es al pobre diablo culto capaz de hacer lo mismo. Este es más peligrosos porque se filtra entre la gente decente. Y al fin de cuenta viene a ser como una serpiente domesticada, que puede picarnos pero no sabemos cuándo. Opino que el seductor y el violador son la misma cosa. Entre ellos sólo hay una diferencia semántica, parecida a la existente entre el acusado por apropiación indebida y el acusado por ladrón.

Siento repugnancia por la pena de muerte. En Estados Unidos de Norteamérica se la aplicaron, hace algunos años, a Chessman, convicto de una imputación tan terrible como la comentada. Esa solución está lejos de nuestra idiosincrasia, pero en Estado norteamericano en que fuera ejecutado el aludido reo, el escarmiento fue inmediato. Desde entonces disminuyeron los sádicos. Yo sé que requieren, además de una pena rigurosa, un tratamiento siquiátrica. Muy mal debe andar la siquis de un sujeto que arriesga toda su dignidad, la consideración de sus amigos y el aprecio de sus seres queridos, por el patológico disfrute de hacer lo que le da la gana con una criatura ignorante y fascinada con la promesa de un amor falso o la falacia de que la van a convertir en estrella de cine o modelo de televisión.

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