viernes, octubre 05, 2007

El ejemplo de Arístides

En muchas ocasiones, cuando siento un dolor y pienso en Arístides Bastidas, me avergüenza quejarme. Vergüenza conmigo mismo. Conocí a Arístides Bastidas en los lejanos días de 1943 y hemos sido amigos y compañeros en las tareas del periodismo a lo largo de muchos años. Esta circunstancia me ha permitido seguir, paso a paso, el desarrollo de su personalidad, su actitud ante la vida, su coraje frente al dolor destructor.

En 1943 decidí hacer periodismo en "Ultimas Noticias", nuevo diario caraqueño fundado y dirigido por Kotepa Delgado, Pedro Beroes, Vaughan Salas Lozada y Victor Simone De Lima. Era un experimento revolucionario en la historia de la prensa venezolana. No me refiero a la posición política y doctrinaria de los fundadores, sino a los grandes cambios impuestos en la manera de presentar los personajes y de enfocar las noticias. Por primera vez, la gente de la calle, el vecino anónimo, el pasajero de autobús, la mujer de la casa de vecindad, el estudiante, aparecían en las columnas de un periódico al lado de ministros, científicos y personajes de la oligarquía, para ejercer el derecho de emitir su opinión sobre cuanto ocurría en Venezuela. Por primera vez, los ministros se veían abordados por juveniles buscadores de noticias que los interrogaban acerca de su opinión sobre el nazismo o sobre la urgencia de una reforma constitucional que concediera el voto a los venezolanos para la elección de los poderes públicos.

En una Caracas que empezaba a trabajar muy temprano, los reporteros de “Ultimas Noticias” tenían que comparecer en la redacción del periódico en las primeras hora s de la mañana pues su trabajo del día anterior era sometido a una crítica implacable, que caía de los labios de Kotepa Delgado como palmetazos de maestro en las viejas escuelas de provincia. Esa fue la primera y original escuela de periodismo de la Venezuela moderna. Y en ella se formaron Germán Carías, Juan Acosta Cruz, Ana Luisa Llovera, María Teresa Castillo, los hermanos Ledo, Hueck Condado, Carmen Clemente, Valentín López, Vicente Cedeño, Luis Felipe Sánchez, Ignacio Romero, Mario Cárdenas, entre otros, desempeñaban desde el principio tareas especiales, las que hoy se clasificarán como jefatura y secretaría de redacción.


Un día apareció en los pasillos de la redacción un adolescente, inquieto, hablador, sin la menor sombra de inhibición, ni miedo alguno ante los misterios de la ciudad que venía a conquistar. Era Arístides Bastidas. Venía de una aldea o de un pueblecito del Yaracuy y de seguro debía estar inscrito y figurar en los cuadros yaracuyanos de la juventud comunista. Quería hacer periodismo, ser periodista y como el método de Kotepa para formar reporteros era parecido al de los margariteños que lanzan al niño al mar, sin salvavidas, para que aprenda a nadar, no pasaron muchos días sin que Bastidas estuviera en las calles y tocando las puertas de los ministerios y abordando al transeúnte anónimo en busca de respuestas y opiniones para llenar sus primeras libretas de redactor de un periódico. Fue este tiempo singular en la vida del periodismo venezolano, pues reportero y transeúnte comenzaban a aprender a interrogar y a responder en el lenguaje sencillo de la prensa libre. El entrenamiento era mutuo. Tocaba retirada el silencio lleno de temor y amenazas de los altos funcionarios públicos y el dueño de la bodega y el conductor del autobús descubrían que también tenían derecho a figurar en las encuestas del periódico pues una nueva generación de reporteros iniciaba un diálogo sin antecedentes entre la redacción y la calle. La mayoría de aquellos jóvenes eran comunistas, entre ellos Arístides Bastidas, que se iniciaban en los misterios de las cartillas del marxismo-leninismo, al mismo tiempo que levantaban una muralla de desconfianza frente a los peligros y tentaciones del mundo de los ricos y de los poderosos. Todavía no se hablaba de “sistema”, ni de “establecimiento”, pero la suspicacia y los juramentos de venganza eran dirigidos contra esos personajes que se exhibían en automóviles más costosos, firmaban manifiestos de las ligas anticomunistas y apoyaban el gobierno de turno. Como en Venezuela empezaba a descubrirse el mundo de las libertades políticas, todas las experiencias y ejercicios, viejos en otros países del continente, era novedad, búsqueda, esperanza en nuestra tierra. Y en los jóvenes como Bastidas al iniciar su militancia política creían que ingresaban a una cartuja, en una secta puritana y que cualquier desliz o mirada sobre le tentador mundo burgués era un crimen contra la fe revolucionaria. Eran otros tiempos y otros jóvenes, y se pensaba y se creía que con el advenimiento del régimen de partidos políticos y con el ejercicio del derecho de voto para elegir al Presidente de la República y a los legisladores empezaríamos a vivir un tiempo de ejemplar moral republicana.

Extrovertido, de ánimo polémico, descubridor del mundo de la ciencia y de la literatura, Bastidas fue todo un problema, desde el comienzo de su vida profesional del periodismo y de militante político, por su desconocimiento sistemático de los valores consagrados y por su empeño en defender ciertas tesis que caían en el pecado de la heterodoxia. Pero a diferencia de muchos de sus contemporáneos y conmilitones que consagraban el dogma comunista. Bastidas era un lector sin sueño, ni cansancio, de todos los libros sin querer clasificar a sus autores en reaccionarios y revolucionarios, como era la forma impuesta. Avanzaba lo mismo por el campo de la ciencia que por el mundo de la literatura y del arte.

Me marché de “Ultimas Noticias” a raíz de los acontecimientos de 1945 pero mantuve con Arístides Bastidas una estrecha relación de amistad que me permitía advertir sus progresos profesionales, la afirmación de su prestigio como dirigente gremial y su empeño de ganar tiempo para acrecentar sus conocimientos universales. Era en realidad un devorador de libros y un melómano infatigable. Al mismo tiempo ataba amistades con los hombres de ciencia, clase intelectual que por aquella época no despertaba ningún interés en los gremios políticos y periodistas.

Organizaba huelgas, promovía protestas, encabezaba manifestaciones, redactaba panfletos pero no abandonaba por ninguna de estas razones su propósito de hacerse a una formación científica, venciendo escollos y abismos del autodidactismo. Indudablemente que la presencia de la enfermedad que llegaba a desafiar su voluntad y que lanzaba su reto de dolor y destrucción lo llevaron a investigar su origen, a tratar e descubrir sus futuras proyecciones y a buscar en tratados y vademécum las fórmulas que se ofrecían para derrotar al maldito asaltante.

Lo cierto que es cuando en 1964 volvimos a encontrarnos como trabajadores de un mismo periódico, ya Arístides Bastidas era un redactor de justa fama, autor de entrevistas perdurables y reportero audaz e imaginativo. Sabía escribir y lo hacía con elegancia, sin adornos, con la pulcritud de quien sabe lo que dice y tiene el dominio del idioma. Con la madurez intelectual, con el prestigio profesional iban creciendo los dolores. El implacable mal deformante no cedía y en medio de tercos lancetazos Bastidas cumplía sus tareas, que eran múltiples, La batalla de la voluntad para dominar la fatalidad, el combate para sobreponerse a los males que a otros seres reducirían a la cama y a la inacción, afinaba sus virtudes de intelectual, y sin quererlo, era ejemplo y estímulo para quiénes de pronto se detenían a meditar acerca de los problemas vitales que confrontaba Bastidas y la manera como había decidido resolverlos. Muchas veces recordé la confidencia que me hiciera Rómulo Betancourt, después del atentado de que fuera víctima en 1960: “Yo no conocía las dimensiones del dolor y tampoco tenía la menor idea acerca de la fuerza interior que hay que crear para poder enfrentársele”.




En 1968 fui a cumplir otras tareas y en 1979 cuando regresé al mismo periódico en donde habíamos trabajado durante cinco años, encontré a Arístides Bastidas en una silla de rueda y ciego, pero convertido en una figura nacional. De todas las ciudades lo invitaban a presidir jornadas de ciencia y salud, numerosos centros culturales eran bautizados con su nombre, su página dominical formaba parte de l material obligatorio de los periódicos murales en todos los liceos y escuelas del país, se creaban premios “Arístides Bastidas” y su nombre figuraba entre el de los candidatos a un gran premio mundial, Certamen Kalinga, que otorga la UNESCO, resultando merecidamente ganador. Era el paralítico más caminador de Venezuela, el lector más perseverante, maestro de la fe en la vida, símbolo de la perpetua juventud.

Ahora, a su condición de periodista activo. De columnista científico, de conferencista, de animador de jornadas culturales había agregado la del maestro que resucita el diálogo y que vive rodeado de grupos estudiantiles que lo oyen con devoción. Resulta Bastidas un sobreviviente de la abolida escuela en que maestro y alumno se conocían y anudaban una fecunda relación que avanzaba más allá de las tesis mal aprendidas y del monótono repetir de fórmulas necias. Para los jóvenes venezolanos de estos años 80 que se congregan en torno a su silla de ruedas, debe ser todo un descubrimiento esta clase de relaciones pues lo corriente en el actual mundo universitario es que el estudiante pase por las aulas sin conocer el nombre de su profesor, un ser distante, angustiado por acrecentar su importancia política, partidista, financiera y social y en acumular jubilaciones. Bastidas explica, repite, replica, resume, interroga, dialoga. Es el rescate de un mundo que se hundió en el torbellino moral que nos envuelve.


Arístides Bastidas me brindó en días pasados, la oportunidad de leer los originales de un nuevo libro suyo: “El Anhelo Constante”. Para utilizar un calificativo pocas veces empleado en dictámenes bibliográficos diré que son hermosas las páginas que traducen su anhelo. El lenguaje es sencillo, la intención, universal y profunda. Tiene la claridad de un libro primario y la entonación de un poema. Sus reflexiones semejan la mano amiga que se tiende a quien anda como sonámbulo, sin poder encontrar ningún camino en la vida, a quienes viven desorientados y confusos como si navegaran dentro de una nube.
Es un libro destinado a perdurar. El secreto de la fuerza mensajera de esas páginas y de su inevitable vigencia es explicable. La retórica, los adornos, las frases fofas y sin sentido están desterradas de ese texto que simplemente traduce el pensamiento y los sentimientos de un hombre que se enfrentó a todas las dificultades y trasmutó la amargura en alegría, en fe, en pedagogía optimista. Expresa su verdad y la verdad es desnuda como la estatua de Venus. El libro es perdurable, sencillo, poético, pedagógico, porque en cierta forma es la autobiografía espiritual, el autorretrato sentimental de Arístides Bastidas.


Ramón J. Velásquez

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Mejor descripción de una época en la que el Periodismo era "Periodismo" y los Periodistas eran "Periodistas", sencillamente imposible. Reciba Felix, de mi parte, mis respetos, mi reconocimiento por tan excelente Artículo escrito, evidentemente, con el corazón mismo, y mi gratitud por estos Portales invaluables a los que tenemos acceso.
Un abrazo
Magda Mascioli G.

Humberto Silva Cubillán dijo...

En mi blog: humbertosilvacubillan.blogspot.com, le hago un pequeño homenaje a quien fuese mi amigo, Aristides Bastidas. Muy sencillo , mas una manera de exhaltar los valores de quien fuese insigne ciudadano

Humberto Silva dijo...

A traves de mi blog: humbertosilvacubillan.blogspot.com; he hecho un reconocimiento a quien fuese mi amigo e insigne ciudadadano: Aristides Bastidas

Otros blogs dedicados a Arístides Bastidas: