domingo, septiembre 23, 2007

Hoy no les hablaré de ciencia, pero si quieren leer la bienaventura, pueden hacerlo en esta carta de optimismo.

El entusiasmo por la vida abre las puertas de un cielo que está aquí mismo y acaso, más azul que el de allá arriba. Las discordancias del vivir son la otra cara de la moneda. Pienso que son lógicas en una humanidad que evoluciona para alcanzar la armonía consigo misma y la de sus ariscos individuos. Sin la razón no conseguiríamos una razón. Sin las tinieblas ingnoraríamos el esplendoroso valor de la luz y sin la tristeza no podríamos evaluar el candor de una sonrisa amiga. La nostalgia de las cosas buenas, de que nos hablara don Antonio Machado es maestra y compañera de la gente sabia como usted o como yo. El tormento le comunicó la fuerza indescriptible con que interpretó en la Novena Sinfoníala Oda a la Alegría de Federico Schiller. Ningún ser creador sufrió tantas perturbaciones como este genio que, sin embargo, le entregó gentilmente a la vida, el testimonio de una obra triunfal.

Sordo y solitario, Beethoven decia: la felicidad pasa, mi música queda.


Todo indica que la consagración del hombre cierto se conquista con una alta dosis de verticalidad frente a las mortificaciones. Es bueno que existan para que de vez en cuando nos regalemos el alivio de haberlas doblegado. Yo, que permaneco entre las sombras, he aprendido a confiar en ellas. Los soles que cargo en la imaginación, ustedes no me lo van a creer, me parecen más claros que lo que conocí en mi pasada era de vidente. Añoro la policromía del paisaje y el raudo transitar de los pájaros. Más, me desquitó con frecuencia soñando en tecnicolor. Y así, estoy absolutamente convencido de que la noche es inocente y que los espantos existen en la oscuridad sólo para los tontos que le dan luz verde.

Convivir es un reto continuo porque es un arte difícil. Somos los miembros de una especie forzosamente gregaria. Cuando soslayamos esta norma, engañados por un eco díscolo y contradictorio, desembocamos en la soledad. Ya sabemos el costoso precio de sus servicios que nos presta, por cierto, sin que se lo pidamos. Éste antagonismo entre nuestro yo y los mandatos del especie, se refleja en una continua actitud crítica. Ella es necesaria y requiere un componente esencial, la equidad. No es subrayando los defectos ajenos y olvidando los nuestros cuando podemos vivir y dejar vivir. Es asumiendo una noción valiente de nuestras buenas y malas cualidades como podemos apreciar mejor las ajenas y tolerarlas. Generalizando esta conducta, los términos del intercambio recíproco nos librarían que tantos pesares artificiales.

La vida es un fabuloso don y no nos costo nada. Las tenemos gracias a una fortuna excepcional. Representamos a una célula venturosa y vencedora en la mas extraña y comprometedoras de las competencias de velocidad en el microcosmos. En efecto, apenas expulsado del líquido seminal, 300 millones de espermatozoides se lanzan en una carrera apresurada para conquistar el premio. Este consiste en obtener el albergue seguro en la cavidad del óvulo. Ese victorioso microorganismo, rey de los campeones, único sobreviviente entre 300 millones de rivales, es el que engendró el cuerpo y la personalidad que nos acreditan. Por esto, decía que al llegar a este mundo hemos tenido una suerte excepcional, digna de una reverencia y de una estimación perpetua.

Sé, desde luego, que en el planeta hay una parodia del infierno que, según dicen, nos espera al otro lado. Estoy persuadido de que a medida que se afinen la voluntad y la ética del hombre, se irá apagando los braceros que tan diligentemente oxigenamos nosotros mismos. Algún día el progreso de la conciencia será tan formidable que nuestros descendientes, en un porvenir aún lejano, nos verán como nosotros al Pithecanthropus Erectus. La barbarie no es uno obligada peculiaridad en nuestro género. Aunque la historia está plagada de capítulo mostruosos, las fuerzas del bien han concluido, tarde o temprano, por someter a las del mal. Este hecho, reiteradamente evidenciado, fundamenta mi optimismo. Por otra parte, el sufrimiento es un constituyente natural de la vida. Les regaló hoy una de las fórmulas con que suelo mitigarlo: Sé sonreir ante mis propias penas e intento comprender las de otros. Esto es algo que aprendí de ustedes y esto es algo que tengo que enseñarles.

Quisiera precisar que a mi modo de ver, es falso el optimismo de espaldas a la realidad del entorno familiar y social, así es el que nos entona cantos de sirenas, sin fundamentarse en la fuerza de trabajo y la voluntad de ejecutarlo honestamente. Desde niño recibí de la naturaleza la lección de que el esfuerzo y la convivencia pagan bien. Eso lo deduje al ver los resultados de esa alianza aparentemente lírica que nos mantenían las laboriosas abejas con las flores y con sus néctares, desde luego.

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