martes, septiembre 04, 2007

Hay que incluir el amor en la ciencia, porque hasta los poetas lo han desalojado de sus versos.


Omar Khayyam, el vino-adicto más célebre de que yo tenga noticia, daba esta recomendación: “No busques auxilio en la bóveda azul del firmamento, ella también anda en lo mismo.”. Los lectores me preguntarán qué tiene esto que ver con la ciencia. Alude el arte de vivir, tan refinadamente descrito por André Maurois. Yo diría que jay una ciencia para vivir, que consiste en la suma de experiencias jubilosas y amargas que cosechamos en el lapso siempre breve de nuestras existencias. Sabemos que un ser humano es valiente, bueno, malvado, vil, generoso, desprendido, tacaño, mezquino, porque ello ha sido evidenciado en su conducta, es decir ha sido comprobado experimentalmente en sus acciones. La comprobación experimental es una sobresaliente peculiaridad del quehacer científico.

Pero cuando actúa sobre el ser humano, se le puede añadir el mágico componente de la poesía, lo cual no puede intentarse cuando se aplica a la colonia bullente de bacterias en una gota de agua contaminada visa a través del microscopio.

Otra prueba de que el arte de vivir es una ciencia, la encontramos en el tratamiento de las enfermedades del ánimo. Una persona con la emoción alterada porque el ser querido la desanimó en una circunstancia, encontrará un medicamento apropiado para su dolencia en aquellos versos de don Antonio Machado: “No me engañas, dolor, yo te conozco, eres nostalgia de la vida buena “. Cuando la pena nos agobia un insustituible tónico puede estar en la sonrisa de una desconocida o en el arrullo de una voz cercana. En el corazón de nuestros semejantes, si nos lo proponemos, encontraremos la mejor farmacopea para los quebrantos del alma, aunque los sicólogos pretendan quitarnos del léxico esta palabra.

Cuando anidamos una partícula de fe en la humanidad, estamos salvados. Será suficiente para desencadenar de nuevo el torrente vital, cuando la pesadumbre haya sido colocada en su puesto, no lejos de nosotros, porque es menester tenerla a la vista para que no nos sorprenda, pero sí a buen resguardo, como se hace con ciertos individuos alevosos.

Los versos del voluptuoso autor persa a que aludí al principio, son una lección lírico-científica, apoyada igualmente en el caballito de batalla de la comprobación experimental. Hay personas luminosas como si poseyeran toda la felicidad del mundo. Bastaría ver que son sobrevivientes de los pesares que con celo ocultan. Ellos también andan en pos de una mano amiga, pero a veces no saben encontrarla. La verdadera amistad no se consigue sino cuando nuestros defectos han sido aceptados y a pesar de ellos, quienes nos aman, nos siguen amando. Es imposible asegurar amigos llevando rastras de debilidad. Ello se logra izando estoicamente las fuentes de nuestra voluntad. No son nuestros amigos quienes nos ayudan a levantarnos movidos por la compasión, sino quienes nos dan su solidaridad respetuosa para que continuemos erguidos.

Hoy hablaré de las jugarretas del éxito. Cuidado con ellas. En primer lugar, debemos declarar sospechosas nuestras intensiones cuando son exclusivamente las de triunfar. Yo nunca he creído en gentes batalladoras, dispuestas al holocausto, a acciones admirables, a estudios agotadores, todo ello para afirmarse a sí misma, sin tomar en cuenta a los demás. Prefiero a los trabajadores normales que se esmeran en sus jornadas, con los cuales quieren proyectarse hacia la comunidad para sentirse satisfechos de sí mismo. La verdadera justificación del humano está en dar; y s un farsante quién espera recibir algo en cambio, aunque mucho lo merezca. El volcarse es una causa justa, sin esperar compensación de ningún orden, es la más hermosa realización. Algunos de nuestros revolucionarios sedicentes estaban decididos realmente a morir en aras de sus ideas. Y sin embargo, no eran tan virtuosos como se lo imaginaban, porque a cambio de sus vidas aspiraban al rango de héroes y no les importaba mucho la eficacia de su acción a favor del pueblo.

Otras veces hemos dicho que el amor es un sentimiento tan en quiebra, que hasta los poetas se ruborizarían se le dan sitio en sus versos. Como quedan muchos años de existencia, estoy convencido de que serán suficientes para verlo a flote en esta humanidad tan ingenua, que ha cometido el disparate de fiarse más en los efectos de una tecnología sin oral que ha puesto al mundo en cabeza. Estoy persuadido de que estaríamos mejor sin esa mortificación tecnológica de la televisión, que se ha enseñoreado en los hogares y ha acabado con el diálogo entre mujer y marido, entre hijos y padres, mientras habla ella sola para propagar sus sandeces. La reinstauración sentimental del hombre será posible cuando haya aprendido a demostrar los frutos de su inteligencia que ahora lo avasallan.

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