viernes, noviembre 27, 2009

El hombre no sabe para que vino al mundo y sin embargo se empeña en multiplicarse como la verdolaga.

Yo no tengo una visión apocalíptica del porvenir que aguarda a nuestro planeta. Si se agotaran todas las fuentes de energía creadas por nosotros y se extinguieran los suelos que hoy nos alimentan, el ser humano volvería a la época en que era bueno. Formaría pequeñas comunidades, pues su población se habría reducido muchas veces. Se acabaría el infartante confort de que abusa hoy. Tendría que usar sus músculos en saludable gimnasia, para conseguir los nutrientes que le dieran los piadosos bosques, y las aguas que le ofrendarían los manantiales, llenos de transparencia y ajeno a todo rencor. En el peor caso, pudiera ser que la especie humana desapareciera. Esto la pondría en la situación cuyos yerros llevan en sí su propia penitencia.



¿Que pasaría en la tierra cuando no le quedase ni un solo hombre?

Respiraría de nuevo cuando a una persona le quitan de encima un peso agobiador. Los bosques y los animales, los ríos y los lagos cantarían el Aleluya de Haendel. Ya nadie les impediría repoblar el paisaje y devolverle el rostro paradisiaco que tuviera hace medio millón de años, cuando, por desgracia, apareciera el llamado uso de razón. ¿Qué seria del macadam y de los edificios en que actualmente nos apretujamos como sardinas en lata? Los líquenes se encargarían de hacerlos trizas para que el sílice y otros minerales utilizados en ellos se atemorizaran y retornaran a su estado normal en la Tierra.

Los líquenes tienen experiencia en el arte de la demolición con propósitos creativos. Fueron ellos los primeros seres vegetales que conquistaron la superficie seca de los continentes, cuando éstos eran absolutamente desérticos e inhóspitos. Los líquenes segregaban ácidos al depositarse sobre las rocas, para arrancarles las sustancias fecundantes que las mismas tienen. De ese modo, convirtiendo en polvo a grandes piedras, formaron los suelos que habrían de albergar a microbios marinos que también cambiaban de domicilio. Las operaciones químicas de esos microbios dieron lugar a una capa fértil, donde se asentarían las platas primigenias, madres de las trecientas cincuentas mil especies, que hoy integran el reino vegetal.

Nuestra ausencia permitiría la libre marcha del ensayo genético de la naturaleza en animales y plantas que hemos eliminado. La idea de los nazis de suprimir las demás razas, porque la de ellos eran superior y reclamaba espacio vital, se la aplica el hombre a las restantes especies. En nombre de unos derechos que se autoconcedió, derriba selvas y praderas, sentenciando a muerte a las criaturas que eran sus propietarias naturales, para imponer las moles inorgánicas que lo acompañan y que hoy enferman a todos los seres vivos de este mundo.

En las últimas décadas pasaron a mejor vida ciento cincuenta especies de aves y doscientas cincuenta especies de árboles. Hoy se estima que el hombre ha segado los bosques de 101.000 millones de hectáreas, desde que talo el primer árbol hasta nuestros días.
Se cree que habrá 15.000 millones de personas dentro de un siglo. En el año 2080 habría que embalsar el caudal de todos los ríos del globo para cubrir las demandas de agua que requeriríamos. Además tendríamos que ocupar una franja dos veces superior a la que ya hemos devastado.

Desconocemos los cambios que ocurrirían en la vida de los mares. No serán muy dichosos, desde luego. La suspensión del agua fluvial que desemboca en los océanos, alteraría sus temperaturas destruyendo el medio ambiente indispensable para innumerables animales marinos.

Aparte del descontrol ecológico, observe que se disminuirían las proteínas que hoy extraemos del agua salada.

En mis últimos años he convenido en la urgencia, ya que no tiene el hombre, sino el planeta, de que se aplique el control de la natalidad humana.

Todo hace prever que al acabarse el petróleo, el gas y el carbón, apelaríamos a la energía eléctrica obtenida de rectores nucleares. Estos tendrían que ubicarse en instalaciones flotantes de los océanos, porque solo en ellos dispondría del agua suficiente para bajar el inmenso calor de sus hornos interiores. Ese calor también perturbaría el ambiente marino. No solo los peces serian afectados, sino también los habitantes de las ciudades vecinas. Mientras tanto, uno se pregunta: ¿Cual es el destino del hombre en este mundo y cual es la utilidad de que siga multiplicándose como la verdolaga?

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