sábado, septiembre 20, 2008

Mientras haya estrellas continuaran los amaneceres disipando la niebla de quienes saben esperarlos.

A veces el azar nos hace travesuras inesperadas, ofreciéndonos, por ejemplo, una luz intensamente azul que se posa en nuestras mejillas, procedentes de muy lejos, de alguna galaxia oculta en el sueño o situada allá, al otro lado del infinito. No es dable comprender, en un cuasi arrobo místico esa luz y luego sufrir la realidad de que no está aquí cuando intentamos atraparla. Retornamos entonces a la anónima soledad de eremitas forzados. Y transitan otra vez por nuestros tímpanos las voces ahuecadas del tiempo. Ni los Veinte poemas de amor , ni las hondas sonoridades de la Tocata y Fuga, alcanzan a cumplir entonces su terapéutico papel de tranquilizantes naturales. Los tónicos de la acción y el trabajo nos ayudan una vez más a reencontrar el equilibrio.

Una vez escribí que la vida es un compromiso ético que nos promete una sola recompensa: cumplirlo. Pareciera que la vida le hace gracia vernos levantar cargas insólitas con nuestros brazos desmirriados. O que le complaciera ver cómo una montaña nos aplasta. En uno y otro caso la decisión no ha sido nuestra. Las circunstancias preparan su propia cuenta la arena y son ellas también la que señalan las reglas de juego. Y así se nos labra un destino que acaso podamos modificar muy levemente con las reservas de la voluntad que permitan encrespar las olas del espíritu cuando el cuerpo estaba en vísperas del hundimiento. Así es la vida de los que quisiéramos decir que la llevamos responsablemente.


Apolo tenía el monopolio de la luz y poseía el don de vencer las tinieblas, neutralizar las malas acciones y restaurar la primavera sin que tales esfuerzos marchitaran su hermosura de efebo.

En algún minúsculo instante nos sentimos como si hubiéramos edificado un cielo aparte de propiedad privada. Eso sucede cuando hallamos a nuestra vera a esos seres que son nuestros equivalentes en una dimensión sagrada y por lo tanto a salvo de los prosaicos sentidos que nos acompañan. Uno de ellos, el mejor de todos, puede tener el nombre literal de la esperanza y marcharse pisando sobre el aire con los mismos pies alados con que llegara en un multicolor momento del ensueño. Después habrá dejado también triste a la hierba, que estaba codiciosa de sus pasos.

Esas apariciones mágicas existen y yo las he tenido cerca cuando me hospedo en los pedacitos de eternidad que ganara con el sudor de mi frente y de mi lirismo. He sentido su risa embalsamada de aliento y me consta que las flores le piden prestado su perfume. Nuestras voces se han juntado para pasear con la brisa, mientras nuestros cuerpos de barro permanecen a la distancia necesaria para mantener el encanto. Oí en sus silencios los recados a gritos que me remitía la angustia de mirarla pasar, de ver que el tiempo presuroso acunaba en sus brazos para darle los imposibles abrigos que le niega el mundo. Ensayé mis dones de amanuense para tomar los dictados de su corazón para el alba. Tampoco quiso conferirme este oficio.

Estas visiones son más perceptibles para mí que para ustedes. No porque les gane con los ojos que uso ahora, sino porque puedo palpar los suspiros en el aire y sentir en mi piel la blanda acaricia que ellos traen y probablemente un mensaje sin palabras que traduzco así: "No te detengas ante las nuevas sombras. Las de la noche también pueden ser amigas. Conténtate con esa luz sin destellos publicitarios que te permite adivinar con tus pupilas el fulgor de las ajenas que te miran con un amor que no es de hoy, que es de siempre y por lo mismo intangible. Y no te olvides que mientras haya estrellas, habrá amaneceres y que en alguno de ellos está la bruma que necesitas para dar solaz a tu corazón"

Nunca fue más confiable mi cita con la esperanza, que en esta hora de madurez para la creatividad y de renovación para el vivir. Debo convenir en que mis ilusiones me han deparado más fuerzas que mis realidades. Que nadie se meta entonces en las parcelas donde cultivo con la dedicación de un labriego madrugador. Tardan en darme sus frutos, es cierto, pero cuando me los deparan me basta un segundo para concebir la eternidad y tomar la partecita que gracias a la esperanza me inunda de la energía y del optimismo con que retorno al manantial de mis quehaceres. Esto es tan así como las discretas lágrimas con que fecundo mis suelos para sembrar la sonrisa propia y la de otros aparceros de la aurora. ¡Salud, esperanza, los dioses te son propicios!. Aboga ante ellos, pídeles mi indulto.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que belleza. Por cierto, hago un "reclamo con afecto" aqui en el sentido que la ultima actualización del otro Blog fue hace 5 meses. Auxilio jajajajaja. Un abrazo. Magda

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