sábado, abril 05, 2008

El amor es resistente a la comprobación experimental. sacro dogma de la ciencia.

El amor no soporta las normas de la comprobación experimental de los científicos. Es como el azúcar, sabroso, pero la inteligencia humana, a Dios gracias, no sabe fabricarlo. El azúcar lo elaboran las plantas vegetales que ocultan la fórmula muy celosamente. Las flores lo usan para sobornar a las mariposas y otros seres alados a los fines de la reproducción de la especie a que pertenecen. El amor es obra de la naturaleza, que también oculta su fórmula y es la dulce celada que ella nos tiende para que sirvamos a la conservación de nuestra especie. La pasión que nos hace saltar de gozo el corazón cuando recordamos a la mujer amada, nos es impuesta por una misteriosa fuerza. La voluntad de los enamorados no se entromete en sus relaciones. No podemos decretar el amor. Este llega, se aposenta en los linderos de la emoción y nos impulsa a que cumplamos sus designios sublimes. Sabemos cuán inútiles son los filtros para inspirar la devoción de quiénes nunca sentirán nada por nosotros. Sabemos también cómo una adorable tempestad de relámpagos íntimos se nos desata sin control, cuando vemos sonreír los labios y los ojos de la mujer constituida en la meta de un hombre.

Yo, creyente laico de la ciencia, no aceptaré jamás la profanación que cometen algunos sicólogos cuando pretenden explicar los orígenes del amor como si fuera cosa de este mundo pragmático. Los únicos científicos que podrán hacer una sabia disección del amor, son los buenos poetas. Suelen mezclarlos con la tristeza, el estado emocional más abundante en el planeta. Sin embargo, yo no la deploro tanto, pues sin ella ¿cómo mediríamos los átomos de la felicidad que a veces encontramos?. Cada vez es más firme la verdad contenida en aquella opinión de Saint-Exupery, el autor nostálgico e inolvidable del Principito.



Si tenemos la entereza, enseñaba, de cruzar con impaciencia los nubarrones negros, llegará el instante en que volveremos a la luz y el cielo nos obsequiará una parcelita azul para que sembremos nuestros sueños. Yo añadiría que en medio de las tinieblas es posible abrir una rendija por donde entrará la luz que bien pudiéramos usar como materia prima de un pequeño arco iris. Esa liberación de las sombras es más o menos lo que pasa cuando alguien nos canta:

Y mientras te agitas
con pasos sin frenos
creyéndote solo
mil veces te encuentro.
Soy yo sin mi cuerpo
soy yo que acaricio
con mi mano el fuego
y así te acompaño
te devuelvo el tiempo
suavizo tus ásperas
horas de tormento
y voy sin que sepas
llenando tu anhelo.

Es casi una respuesta a los versos aquellos del insigne amigo del hombre, Pablo Neruda, quien escribiera:

Y las miro lejanas mis palabras
Más que mías son tuyas
van trepando en mi viejo dolor como la yedra,
Ellas trepan así por las paredes húmedas
Eres tú la culpable de ese juego sangriento
ellas están huyendo de mi guarida oscura
todo los llenas tú, todo los llenas.
Antes que tú, poblaron la soledad que ocupas
y están acostumbradas más que tú a mi tristeza.
Ahora quiero que digan lo que quiero decirte
para que tú me oigas como quiero que me oigas.
El viento de la angustia aún las suele arrastrar.
Huracanes de sueños a veces las tumban
Escucho otras voces en mi voz dolorida.
Llanto de viejas bocas, sangre de viejas súplicas.
Ámame compañera. No me abandones. Sígueme. Sígueme
compañera, en esa ola de angustia.

Mis indulgentes lectores se preguntarán el por qué de una nota lírica en esta sección al servicio teórico de la racionalidad. ¿Es que hay algo más racional y veraz que la poesía? Ella ha devuelto la paz y la vida a muchos desesperados en quienes habían fracasado los mejores remedios. Además, el arte es inevitable compañero de la ciencia. Son vertientes paralelas de un mismo manantial: el pensamiento. Me acojo al libro Narciso y Golmundo de Hermann Hesse, donde se contempla con óptica precisa la fraternidad de estos campos, en los cuales los hombres realizan sus magníficas ceraciones.


He hablado del amor y aún no he dicho nada acerca de un socio que le acompaña no siempre con buenas intenciones. Me refiero al sexo, clave de fertilidad del género, provechosa fuente en manos de quienes se han educado en su manejo, e instrumento nocivo en quienes abusan de él. Una docta conferenciante decía cierta vez en esta ciudad: “El sexo no sirve para perpetuar nada, salvo la especie”. Uno se pregunta ¿por qué hay parejas de ancianos cuyos rostros rebozan nobleza y amor del más intenso cuando se miran mutuamente? El componente aludido ya no juega ningún papel en esas uniones en los crepúsculos del anochecer. El amor suministra la energía invertida por el hombre en las grandes y pequeñas creaciones. Es sostén de la humanidad y jerarquiza el ánimo de los humildes. Mueve los ardores del alma y nos suscita la inspiración para decir, en un momento iluminado: “Para ti, amiga mía, ave azul de una antigua mañana”

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