jueves, marzo 19, 2009

La mujer maníaca y el hombre deprimido cuentas perdidas del mismo rosario.

Juan Milton, el gran poeta ingles, decía que la felicidad o la desgracia le viene al hombre de la mujer. Ella, que es capaz de inspirarle grandes victorias, puede también sumirlo en grandes fracasos. Según Milton, la mujer podría ofrecernos el camino de lo sublime cuando nos ama; y el del ridículo, cuando nos aborrece. Sin embargo, estas verdades son relativas. El hombre que tiene como única meta a la mujer amada, perecerá o desencadenara un absurdo drama pasional, al sentirse abandonado por ella. Pero el que le ha dado su vida a otros cometidos igualmente nobles, tendrá siempre asideros para justificarse y recuperar el júbilo. En resumen, quien es capaz de amar al cónyuge, al trabajo, la lucha por las ideas creadoras, la luz azul del alba, a la hora de la nostalgia por un vacío afectivo, podrá continuar adelante y mandar al diablo sus penas.


John Milton(1608-1674) fue un poeta y ensayista inglés, conocido especialmente por su poema épico El paraíso perdido (Paradise Lost). Políticamente fue una figura importante entre los pensadores de la Guerra Civil Inglesa, ya que cuando ocupó el puesto de ministro de lenguas extranjeras bajo el mandato de Cromwell era el encargado de responder a los ataques a la república. Sus tratados políticos fueron consultados para la redacción de la Constitución de los Estados Unidos de América.

Milton fue un hombre afortunado; a los cuarenta y cuatro años (44) estaba ciego. Esta adversidad que asusta a cualquiera fue superada por el escritor con sus facultades de creador innato y la solidaridad que en tan angustioso trance recibió de su esposa e hijas. Ellas estrecharon sus nexos con el y le elevaron tanto el entusiasmo que en esas condiciones escribió El Paraíso Perdido, donde narra el auge y la caída del hombre. Toda la obra se la dictó a las mujeres que le acompañaron hasta el final de sus días, tributándole la entrañable lealtad que se debe a quienes afronta una emergencia.

Han pasado más de tres siglos a partir del momento en que Milton hiciera su afirmación. Aunque hablo de los días del renacimiento, cuando resucitaron los pensamientos diáfanos y hermosos, la relación hombre-mujer era distinta a la actual. Si bien las pasiones conservan sus signos presagiosos, hoy pueden estar favorecidas o contrariadas por los ingredientes emocionales del hombre contemporáneo. El mundo nuestro está inundado de neuróticos, maníacos o deprimidos, hundidos en la misma cárcel de la frustración. El hombre que no se sienta tal, por que la sociedad le impide ser el macho de otros tiempos; y la mujer que se siente infeliz porque solo trabaja en su casa, son los protagonistas del enguerrillamiento que sufre la familia venezolana.

Los divorcios se multiplican en los estrados judiciales. Personas que una vez se amaron, profesan públicamente sus odios recíprocos en tristes espectáculos. Los hombres ante la pérdida de la mujer que no quisieron o no supieron conservar, toman el aspecto de solitarios huérfanos en un gran desierto. El ánimo se le viene al suelo, los sentimientos de inferioridad se asoman. Encuentran una mancha pesimista hasta en sus aspectos exitosos. Así revelan su pobre resistencia ante el miedo, su claudicación ante él. Esta depresión conduce a deplorables hechos divulgados en las páginas rojas de los diarios. Quienes tiene algún nivel educativo y conocen los demás encantos de la vida, enfrentan al dolor y no se dejan intimidar por él; por el contrario, redoblan sus esfuerzos para cultivar a las demás bondades de la vida. La alegría no ha muerto, solo reposa.

Por el otro lado, surgen mujeres maníacas. Se proveen de estados de excitación tan intensos que no pareciera temer a nada ni a nadie. Desarrollan una sobrecarga de confianza en sí mismas porque con sus actitudes creen que están sepultando una montaña, auque lo que están haciendo es borrando de su imaginación un hecho desdichado. No pueden permanecer tranquilas ni un instante. Hablan sin cesar aquí y allá hasta que en algunos casos desembocan en actitud delirante. Tanto el hombre deprimido y desanimado como esta mujer insensatamente dominante, son enfermos neuróticos, víctima de la misma frustración, real o irreal. Este tipo de pacientes residen en las fronteras de lo iluso y lo verdadero.

De esto se podría desprender que también a la mujer le viene del hombre la desgracia o la felicidad. Yo, empírico de estos asuntos de la siquiatría, pienso que ni la mujer ni el hombre son las principales fuentes de desgracia o de felicidad. Estas proceden más bien de la sociedad en que vivimos. Tienen razón quienes la acusan de haber descuidado el germen que la forma y la renueva: la familia. En una sociedad que vele responsable por la integridad y la armonía del hogar, no habría ni mujeres ni hombres que mutuamente se prodigaran infortunios. Pero estamos en un conglomerado donde los valores superfluos torpemente aceptados por mucha gente, han echado a pique las excelencias del amor, al punto de que hasta los poetas se ruborizan de mencionarlo en sus versos.

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